Había
una vez, en un pantano escondido en lo profundo del bosque, un pequeño
monstruito que fue abandonado por todos, incluso por sus padres que, al nacer,
al ver lo horrible que era lo arrojaron a ese solitario pantano. Por fuera
parecía muy gruñón, alejaba a todo aquel que se acercaba pero, por dentro,
siempre había querido un amigo que lo aceptara tal y como era.
Una tarde, un niño que se había mudado recientemente a las afueras del bosque
salió a dar una vuelta y termino perdiéndose por los alrededores del pantano.
Cansado de dar vueltas el niño se sentó y empezó a gritar por ayuda. El
monstruito, al escuchar los gritos, corrió deprisa para ver que sucedía. Desde
un arbusto espiaba al niño hasta que, sin querer, piso una rama y el ruido
alerto al chico de que había alguien. Cuando por fin logro encontrarlo, se
quedo mirándolo un rato y luego dijo:
<<Hola, me he perdido, ¿Crees que podrías ayudarme a encontrar mi
casa?>>
<<Por mi estaba bien pero, ¿No me tienes miedo?>>
<<Eres diferente a mi pero, eso no significa que no podamos ser amigos.
Todos somos diferentes y es lo que nos hace especiales. Me gustaría ser tu
amigo. >>
El duro caparazón del monstruito se rompió con esas dulces palabras, lo ayudo a
encontrar su casa pero, al otro día se sentía triste, otra vez se encontraba
solo hasta que, el niño, apareció en el pantano. El tiempo paso y el niño, ya
hecho un hombre, iba a verlo todos los días. Estuvieron unidos por una fuerte
conexión el resto de sus días, incluso sus hijos iban a visitar al monstruo. Cuando llego el momento
de su muerte, el monstruo dejo de ser esa horrible criatura y se convirtió en
una estrella más del cielo. Todo eso que espantaba a tantos paso a ser una de
las cosas más hermosas del mundo y, llego a serlo, gracias al cariño que un inocente
niño le dio.
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